Después de migrar, muchas personas experimentan un malestar emocional difuso: fatiga, irritabilidad, apatía. Sin embargo, no siempre está claro qué lo provoca. ¿Es el país? ¿La gente? ¿La cultura? ¿O simplemente algo más cotidiano como el clima o la vivienda?
Aprender a distinguir los distintos factores puede ayudar a no tomar decisiones desde la confusión.
Lo que se ve vs. lo que se siente
No siempre lo que molesta es lo más visible. A veces culpamos al país, pero lo que duele es la soledad. O creemos que fallamos porque “no encajamos”, cuando lo que realmente falta es descansar o sentirnos seguros.
Algunos factores comunes de malestar post-migratorio:
- Aislamiento social o dificultad para hacer nuevos vínculos.
- Desajuste entre expectativas previas y realidad vivida.
- Pérdida de sentido de pertenencia.
- Condiciones materiales más precarias de lo esperado.
- Clima extremo o espacio físico poco acogedor.
- Pérdida del idioma como forma de expresión emocional.
Cómo diferenciarlos
Un ejercicio útil es hacer un mapa del entorno:
- ¿Qué cosas te hacen bien aquí, aunque sean pequeñas?
- ¿Qué situaciones te drenan? ¿Tienen solución práctica?
- ¿Hay algo que solías tener que ahora extrañas profundamente?
Hablarlo en terapia puede ayudar a distinguir lo estructural de lo emocional, lo externo de lo interno.
Conclusión
No todo malestar migratorio implica estar en el lugar equivocado. A veces basta con ajustar, hablar, cambiar pequeñas cosas. Otras veces se necesita un cambio más profundo. La clave es escucharse sin juicio.