¿Demasiado joven para ser tomada en serio? Una historia sobre edadismo

Discriminación5/8/20255 min de lectura
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Autora:
Daniela E. Correa Toro
Psicóloga
¿Demasiado joven para ser tomada en serio? Una historia sobre edadismo

¿Alguna vez has escuchado el término edadismo?
La primera vez que lo escuché fue en boca de una paciente que me habló de él con claridad. Yo misma, psicóloga, había experimentado sus efectos más de una vez… pero nunca le había puesto nombre. El edadismo es la discriminación, el prejuicio o los estereotipos hacia las personas por su edad.

Durante años lo viví sin identificarlo. Curiosamente, me di cuenta de que mientras más dejaba de “cuidarme”, mientras más arrugas o pecas me salían, más “seria” parecía ante los ojos de otros. Como si los signos del paso del tiempo me dieran más credibilidad, más estatus, más conocimiento.

Recuerdo una experiencia muy clara. Trabajaba en un lugar bastante formal, donde se atendía exclusivamente a pacientes con medicina prepagada y alto estatus social. Un día, un hombre entró al centro agitado y desconfiado. Mi compañera, unos años menor que yo, acababa de terminar su consulta. Yo aún estaba atendiendo a otro paciente. Al verla, el hombre miró a la secretaria y dijo en voz alta:
—¿Esa es la psicóloga? Esto no es una institución seria. Esa niña no sabe nada de la vida todavía.

La secretaria le respondió con calma que no se preocupara, que yo sería su psicóloga, “una mayor”.

Cuando finalmente me vio, pareció desilusionarse. Sus primeras palabras fueron para manifestar su inconformidad:
—Encima de joven, es bonita…

Aunque se sentó, habló y expresó sus problemas, nunca volvió. Según él, yo no tenía la suficiente experiencia para atenderlo, a pesar de tener ya cinco años ejerciendo la profesión.

Y no ha sido el único. A lo largo de mi vida, varias personas me han juzgado por mi edad, por mi apariencia, por mis preferencias, por mis elecciones.

Mucho antes, cuando aún era auxiliar de enfermería, viví algo similar. Les contaba a mis colegas, con mucho entusiasmo, que quería ser psicóloga. Trabajaba turnos de 12 horas, a veces de día, otras veces de noche, y luego asistía sin descanso a la universidad. Para muchos, yo “me estaba matando para nada”.
—Eso está mal pago… nunca vas a conseguir trabajo… —decían.

Pero seguí. Tropecé, enfrenté obstáculos, dudé. Y aquí estoy. Hoy vivo plenamente del ejercicio de la psicología. Aprendí sobre autoempleo y ahora soy mi propia jefa. ¡Qué bueno que no me rendí frente a esas presiones sociales!

¿Alguna vez alguien ha intentado desmotivarte… y lo logró?

Lamentablemente, ese es el caso de muchas personas. Comentarios como esos son los que alimentan no solo el edadismo, sino también el sexismo, el racismo y muchas otras formas de discriminación que nos limitan y, en el fondo, nos desconectan de quienes somos.

Recuerdo el caso de una paciente: una mujer fuerte, poderosa, pero con un corazón lleno de ternura. Había descubierto un talento para el marketing digital y las ventas. Se le iluminaban los ojos al hablar del tema. Pero cuando compartió su entusiasmo con un compañero, él se burló:
—¿A tu edad? No deberías meterte en eso… no vas a aprender… no vas a dar la talla con tu competencia.

Ese comentario tocó una fibra profunda. Le recordó esa vieja creencia con la que siempre había luchado: “Soy incapaz”.
Y así, abandonó su idea.

En una cultura donde la mujer suele ser devaluada, sus conocimientos y su voz también lo son. Nos cuesta creer que podemos servir para algo más que ser madres o esposas, porque muchas veces crecemos rodeadas de personas que constantemente cuestionan nuestras capacidades.

¿Y tú? ¿Alguna vez has sido quien juzga o discrimina?

No siempre somos conscientes del daño que causamos con nuestras palabras. Pero deberías saberlo: lo que dices puede afectar la autoestima, la salud mental y el bienestar de otra persona. Puede limitar oportunidades laborales o sociales. Puede fomentar la exclusión y la soledad.

Y más aún: también te afecta a ti. Porque eres lo que dices.
Sí: si hablas basura, te llenas de basura. A veces, lo que proyectamos en otros no es más que un reflejo de nuestras propias inseguridades. Les decimos a ellos lo mismo que nos decimos en silencio a nosotros mismos.

Por eso, la clave está en comenzar contigo: sé amable y compasivo contigo mismo, y así podrás serlo con los demás.
Uno solo puede dar lo que tiene.

¿Te ha pasado? ¿Te han juzgado o has juzgado?
Tal vez sea momento de empezar a cuestionar lo que creemos y decimos sobre la edad, la apariencia, los sueños y los caminos que elegimos recorrer.

Porque, como psicocambiantes, sabemos que nunca es tarde para cambiar, para crecer, para aprender… ni para empezar de nuevo.

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